lunes, noviembre 21, 2005

Operación Kärcher


Los fines de semana dejan ese efecto de resaca tras el temporal. Después de la tempestad de emociones, de risas y de momentos extraordinarios -por ser fuera de lo ordinario y por vivirse de forma intensa-, viene la recesión, la caída de las bolsas y la cuesta de enero cada lunes. Y viene el Plan Kärcher, u Operación Limpieza, que siempre nos acosa con su mazo.

Y es que cuando los excesos se convierten en habituales, dejan de ser excesos y se convierten en vicios. Sé los mecanismos que me conducen al exceso, y que nos conducen a todos, pero no podemos dejar que nuestras frustraciones nos nublen la vista y hagan de nosotros una caricatura grotesca de lo que en realidad somos. Aunque, ¿qué somos en realidad? También nuestra cara grotesca y desfigurada por el exceso es una parte de nosotros mismos, ¿no? Existe una delgada línea que separa nuestros yos, lo que define que en cada momento o situación adoptemos una actitud u otra según nuestra disposición mental o anímica.

Reconozco que me gusta el exceso. Soy un vicioso, incluso. Si me desatara, viviría sometido al imperio del vicio y la moral fácil. Mucho menos de lo que actualmente se entiende por el cánon del exceso, compuesto por el dúo sexo-drogas, pero entiendo que los excesos son siempre nominales, referentes a cada persona. Me gustan los límites, lo extremo, o al menos experimentarlos. Ya decía Aristóteles eso de los extremos, el equilibrio y la sabiduría. Pero también es el precio de la libertad, la condena del nomadismo emocional.

Limpieza, orden, racionalismo. Es la consecuencia de la recesión de las bolsas y de las cotizaciones de los valores. New Deal. Roosvelt.

 
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