martes, enero 10, 2006

El didgeridoo y el lobezno hibernante


El fin de semana ha sido raro. Con eso de que había tres días por delante parece que vas a hacer muchas cosas, pero luego llega el domingo por la noche y ni te has enterado.

El sábado amaneció lluvioso y perro, así que me quedé hibernando en casa, ordenando papeles, leyendo, y escuchando caer la lluvia, mientras Perdido y Noestabien "hacían recados". Limpiar la bici de ir al curro, música, los Simpsons... esos pequeños placeres del fin de semana que no suelo disfrutar, bien porque esté con la bici o porque esté de resaca.

El día invitaba a la introspección. La lluvia, el frío, llamaban a gritos a encender la estufa, acoplarse en el sillón y disfrutar de la lectura y de ver la tele. Así pasé la tarde, hasta que me acordé del didgeridoo. Lo saqué del rincón y me puse a tocarlo. Para los que no tengáis referencias, el didgeridoo es ese instrumento de los aborígenes australianos que se sopla indefinidamente en un sonido continuo.

Mucha gente dice que tiene efectos curativos, sedantes o relajantes. A mi personalmente tocar el didgi me transporta a las llanuras australianas, al bush y el desierto de cientos de km a la redonda, lleno de lizards, wallabies, kookaburras y abos. Los buenos y nobles abos. Una hora tocando el didgi y te quedas como nuevo. Pasas por momentos de trance, de ritmo tribal primitivo que te conecta con el dreamtime de los aborígenes, y te quedas relajado, en paz y tranquilo.

En los últimos días Perdido y Noestabien dicen que estoy raro. Es cierto. Bueno, raro no. Estoy en modo stand-by. Hibernando. La calma, la tranquilidad y la introspección del lobezno que busca el calor de la cueva, refugiado de un medio hostil. Porque, amigos, el medio es hostil. La caza no abunda en esta época del año -aunque para otras especies sí-, y la poca que hay son venados poco útiles, o demasiado joven o ya pasado de años. Las reservas hechas en la temporada de caza son suficientes. Y además, el mejor sitio para encontrarse con uno mismo y prepararse para la temporada que viene es en casa, leyendo y viendo la tele, cultivando esos pequeños grandes placeres necesarios para el descanso del guerrero. Es la calma antes de la tempestad. Porque tan seguro como que la primavera vuelve cada año, los ritmos de la tribu harán sonar la llamada de la guerra.

Pronto, muy pronto.

 
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