Elementos

Anoche retumbaron los cimientos de Hercegovina con una de esas tormentas eléctricas que descargan en el Mediterráneo en los meses de septiembre. Los relámpagos se sucedían uno tras otro y, tras ellos, sin intervalo ni tregua, truenos ensordecedores. Me imaginaba a Thor enfadado con alguna de sus walkirias por una cuestión trivial, golpeando su martillo contra un yunque celeste, desatado de furia. La sinfonía de ruido era grandiosa, demostrando el poder de la Naturaleza y la poca cosa que somos nosotros, los mortales. Y sin embargo, la única cosa que nos separaba de estar empapados de los pies a la cabeza enmedio de la tempestad era el fino cristalito de los ventanales, un techo y un tejado que alguien construyó correctamente. Una casa, en definitiva.

Ver una tormenta desde el salón de casa tiene algo de espectáculo por esa razón. Es asistir a un espectáculo natural comparable a una mascletá, pero también es un show casi televisivo porque desde nuestra casa quizá vemos a otras personas que han quedado atrapadas bajo la lluvia, o pensamos lo bien que estamos en nuestro refugio mientras ahí fuera están lloviendo cántaros, y nosotros estamos a salvo. Me gustan las tormentas de todas las formas. Si me pilla en mitad del campo porque son un espectáculo gratuito, pero también si estoy en casa porque me hacen ser consciente de que, en el fondo, estoy a salvo de algo que hay ahí fuera y que no me gusta nada.

Es como el arroparse por las noches sin motivo, sólo por el hecho de estar protegidos ante el misterioso viaje que sigue siendo para nosotros el tránsito de la noche al día. Podemos dominar la tierra, el mar y el aire, o al menos creerlo. Pero seguimos siendo pequeños frente a las cosas que nos superan. La noche, el agua, el fuego. Quizás también por eso seguimos construyendo edificios, en el fondo. Para refugiarnos de los elementos que ancestralmente nos han dominado y seguirán haciéndolo.