Por las mañanas hace frío

Una fría mañana en el campamento base. La cima del Nanga Parbat se adivina como flotando entre la nebulosa que rodea la cordillera himalaya a esas horas de la mañana. Las primeras luces del día aún están lejos de vislumbrarse. Es noche cerrada, y la oscuridad sólo está rota por el reflejo de la luna, también envuelta entre nubes más opacas que transparentes. Los reflejos blancos tiñen el cielo, no se sabe si pertenecen a la luna, a su reflejo o a la montaña.
Se abre la tienda de campaña, azotada por un viento denso y cortante. De ella surge una figura soñolienta, escondida entre capas de ropa térmica. Después de un breve y necesario paseo al exterior, vuelve a la tienda. Sus compañeros duermen. Saca el brazo unos centímetros de la tienda y lentamente, coge un trozo de nieve. Lo pone en un cazo de hojalata abollado. Le añade una pastilla de sales minerales para que la simple nieve derretida sea algo nutritiva, y lo pone al fuego del hornillo. Cuando está suficientemente caliente, deposita una bolsa de té y lo remueve.
La escena podría repetirse en Gorazde, localidad de la Herzegovina oriental. Una familia de granjeros saliendo al patio de casa una fría y nebulosa mañana de noviembre, en plena ofensiva del ejército serbio. Bombardeos en la lejanía. Un ligero olor a carne quemada que proviene del horizonte. Un día duro, es lo que va a ser, y más este invierno, cuando el agua de los corrales está helada, la paja dura y astillada, y los pocos troncos que quedan para hacer leña tienen verdín y están húmedos.
Empieza el día en una Hercegovina invernal. Queda por subir una dura, fría y vertical cima.
De este invierno, no pasamos.